viernes, 30 de agosto de 2019

La muerte del segundo


  Te despiertas una mañana y caes en la cuenta de que el final de una etapa ha llegado. Es triste, pero a la vez reconfortante. Piensas en la infinidad de momentos que has vivido y no se volverán a repetir. Es curioso como el tiempo pasa y no apreciamos lo importante que es disfrutar de cada instante como si fuera el último; sí, hablo de ese tópico que recitamos sin llegar a comprender y que en realidad tiene sentido, ya que la muerte de ese segundo existe y no debería ser obviada.

  Nos recreamos en el futuro, pintándolo hasta acabar coloreándolo con todos los tonos de nuestra paleta, usando el esfuerzo como pincel, sin llegar a admitir un trazo mal dado o un pigmento no deseado. Olvidamos lo único que podemos controlar, el presente. En él, la acción tiene cabida y lo conseguido provoca un reacción real en lo que está por venir. Centramos el sacrificio en el horizonte sin mirar el campo que estamos cruzando, nos tapamos la nariz para no respirar el aire que mece nuestro cuerpo, y dejamos de disfrutar de los seres que nos acompañan en el proceso. En definitiva, preferimos cargamos de frustraciones y problemas, meros espejismos en el confín de ese futuro creado, y perdemos el norte que nos proporciona una sonrisa fugaz, un abrazo, un minuto realizando una actividad que nos gusta, una comida agradable, o la presencia de todos aquellos a los que queremos de verdad. Porque no nos engañemos, todo lo que no hagamos por miedo a realizarlo, sean cuales sean los motivos, se pierde, y en esta vida llena de dificultades, un instante agradable desaprovechado es un cambio negativo hacia ese mañana que tanto nos estresa.

  Se nos llena la boca con la palabra valentía, gritamos a los cuatro vientos que somos fuertes y que nos hemos levantado miles de veces, pero en realidad son pocos los que lo han conseguido, ya que los que verdaderamente luchan siguen ahí, andando en silencio pese a cualquier golpe asestado, son aquellos que ríen sabiendo que se sienten vacíos, los que acarician cuando son ellos los que necesitan ser acariciados, los que se alegran de los logros de los demás de corazón y sin enmascarar sus miedos o frustraciones detrás de palabras aparentemente amables. El mundo está lleno de gente que sufre, de personas que no aprecian quienes son o lo que tienen, pero entre esa maraña de oscuridad, hay luz, en quienes pese a las circunstancias deciden levantar los ojos, apretar los puños y enfrentarse al devenir, pero no porque otros pienses que pueden, sino por ellos mismos, por hacer felices a los que aman y, en definitiva, disfrutar de la vida, ese regalo que nos parece indiferente.

  En el tiempo nos movemos, es a la vez cárcel y magia, una forma de tasar el poder, la energía que se nos permite moldear para construir algo y transformarlo en un recuerdo que perdure hasta el final de nuestro recorrido finito. En ciertos puntos surge la nostalgia, esa tristeza melancólica por lo perdido que se extiende hasta darle peso al recuerdo, sin la que no seríamos capaces de apreciar en su totalidad lo que ha significado para nosotros aquello que ahora mismo echamos de menos. El mundo nos enseña, nos da recursos para que reconozcamos el ahora, quizás sería adecuado pararse a pensar sobre la trascendencia del momento, qué podemos sacar de él, cómo moldearlo para quedarse con la mejor parte de lo que se nos ofrece y decidir con quiénes compartirlo. En realidad no cuesta tanto. 

lunes, 15 de abril de 2019

Armados con palabras


 Reflexionar es un verbo muy infravalorado en nuestra sociedad actual. No hay más que darse un paseo por las redes sociales para ser consciente de ello. Internet está plagado de comentarios nacidos del calor del momento, capaces de avivar hasta a la persona más apacible. Allí, detrás de la casi infranqueable protección de la pantalla, se despotrica, y después una vez hecho, surge el planteamiento de si realmente era adecuado o no dicho comentario; y si por consiguiente, podría herir a alguien. Lo curioso y a la vez preocupante, es que de los miles de millones de usuarios que navegan, un porcentaje casi ínfimo, se cuestiona si de verdad era necesario dicha opinión perniciosa sobre algo que posiblemente ni siquiera ocupe un espacio relevante en su vida diaria.

 Cogiendo de esa parte que obvia por completo cómo pueden sentirse otras personas al leer acerca de sus apreciaciones, podemos desgajar a aquellos que creen tener la razón absoluta sobre un tema  —generalmente de mucha controversia—, por el simple hecho de informarse leyendo en periódicos, libros de autores de su misma cuerda, o medios politizados al máximo donde únicamente se reflejan sus ideales. Estos individuos se presentan como poseedores de la veracidad, con la misión exclusiva de instruir a la colectividad como si tuvieran en su poder la llave que abre la caja de Pandora, y entendieran de antemano los males que aquejan a la sociedad. Por supuesto, a esa gente no puedes manifestarle una crítica, ellos tiene la potestad exclusiva, y vituperar solo será delegado en quienes comulguen con su forma de discurrir.

 Este tipo de conductas son extremadamente peligrosas, y más porque la radicalización se extiende como una plaga que arrasa cosechas. De pronto, nos encontramos con ignorantes que se creen cultos, o instruidos que se piensan inteligentes; y nos vemos cayendo hacia el caos de los términos sin comprender y la confusión vestida de certeza, donde nadie sabe si pensar diferente es un crimen o está permitido. Por ende, acabamos metidos dentro de una burbuja forrada con panfletos publicitarios que alimentan nuestros instintos más bajos, y nos hacen dar la espalda a la razón. El resultado final y más impactante, es que pecamos de seguir a modelos que carecen de las aptitudes necesarias para otorgar al conjunto los medios que permitan la cohesión de la comunidad, provocando que nos hallamos perdidos entre lo que es y lo que debería, y acabemos usando nuestras opiniones como cuchillos contra quienes no ven el mundo como nosotros; y todo porque cortar es más fácil que coser. Nos han enseñado a no usar la cabeza, a no preguntarnos y a asumir que todo lo que escuchamos, por el simple hecho de que suene bien, tiene que ser cierto. Hemos abandonado la curiosidad  y con ella el respeto. Al final, la sociedad ha preferido esforzarse en que otros piensen que sabemos, a conocer realmente la verdad.

 Parece que a medida que el tiempo avanza, nosotros involucionamos; en vez de estar más próximos hacia el progreso, nos separamos, y ya sobran excusas para levantar muros y mandar a la mierda al de al lado. Anteponemos los deseos individuales a la generalidad, reduciendo su significado a algo mísero, no queriendo darnos cuenta, que de la diversidad de juicio surge la elección correcta, tras un consenso maduro.

sábado, 6 de abril de 2019

Expectativas


 La vida es una sucesión continua de retos. Vivir es como jugar a un videojuego en el cual cada nivel te lleva a un estadio aún más complicado que el anterior. Vivir es asumir que la frustración es una parte fundamental que aporta valor en sí misma. Vivir es experimentar una sucesión de hechos, muchas veces injustos, que te llevan a aceptar que el esfuerzo no es un motor infalible. Vivir es ser consciente de que el fallo tiene una probabilidad del cincuenta por ciento en relación con el éxito. Vivir es riesgo, es pasión, es aprendizaje. Vivir es sobrevivir en infinidad de ocasiones, pero también es amor, alegría, belleza, armonía y equilibrio. Vivir es difícil, pero a la vez hermoso; es peligro adictivo y capacidad de superación. Vivir es sobreponerse a los fracasos y salir reforzado de ellos.

 Durante la vida, en base a las diversas experiencias padecidas, nos vamos construyendo como personas, definimos nuestros límites y aceptamos las debilidades que nos caracterizan, nos fundimos con las pruebas superadas, y al final intentamos quedarnos con la mejor versión de lo acontecido. Hay veces que sufrimos de forma innecesaria por cosas que no podemos cambiar, o simplemente esperamos más de algunos seres de lo que ellos jamás estarán dispuestos a darnos. Al final da igual el motivo, el secreto reside en reconocer que lo que te rodea nunca será tal y como te lo habías imaginado, lo cual no quiere decir que sea peor, sino diferente. No llegamos aquí para que pudiéramos escoger cada pieza del puzle en función de nuestras apetencias; ya que para entender el mundo, requerimos de emociones tan vitales como la tristeza o la nostalgia. Ni si quiera nos plantearíamos sacar lo destacado de nosotros si la meta no supusiera un esfuerzo; al igual que no seríamos capaces de luchar por lo que deseamos de verdad si al chasquear los dedos lo tuviéramos a alcance de la mano. Porque lo bonito de vivir es que cuesta y cada paso dado nos hace más fuertes, dispuestos y válidos, nos permite valorarnos como individuos, conocernos y analizarnos. Suena hasta utópico, pero es cierto, el cómo depende de uno y no del ambiente.

 La vida funciona de una manera que no nos gusta, pero se pueden hacer dos cosas, o bien asimilarla y anexionarse a su corriente absorbiendo lo esencial, o hundirse en el abismo para no volver. Es duro, nadie dice lo contrario, pero lo que también es evidente es que es un pozo de enseñanzas increíble. Realmente en sí misma es como una moneda, cada cara simboliza un aspecto concreto de ella, y sin una de sus divisiones, no podría conformarse su estructura. Hay veces que al lanzarla, permite que veamos más una de sus versiones, pero finalmente, quien realmente mira su sistema en conjunto, es apto para entender que no siempre saldrá el mismo resultado, es cuestión de tirarla al aire una y otra vez y discernir que, independientemente del desenlace, habrá otra oportunidad para el producto esperado.

lunes, 25 de marzo de 2019

Dime a quien votas y te diré como me caes


 El odio existe, recorre las calles, invade nuestros sueños y por desgracia es el motor que mueve a miles —e incluso millones— de personas. Puede sonar poético, pero es cierto, y eso como mínimo, debería asustarnos; ya no hablo de preocuparnos, que está claro que esa opción está descartada. Tampoco hay que irse muy lejos para hallarlo, basta con salir al exterior, y más en plena campaña electoral, para verlo pintado sobre edificios, colgado de carteles propagandísticos, o simplemente en el rostro de cualquiera con el que nos crucemos. En realidad todo esto debería entristecernos, nos hemos convertido en el reflejo de una forma simplista de catalogación, que nos reduce a lo absurdo para hacernos mutar de individuos, con ideas diversas, a seres blancos o negros que abrazan pensamientos comunes con los que ni siquiera comulgaríamos en circunstancias normales.

 Aquí entramos ya en los famosos términos de la izquierda y la derecha, fieles representantes de toda la población, fervientes conocedores de los deseos de todos los españoles y los que no lo son; porque por supuesto, tienes que pertenecer a un bando, aquí el centro no existe, y si se te ocurre pensar contrario a alguno de los postulados que determinan las dos facciones, eres un traidor. Básicamente podemos abreviarlo en: o estás conmigo o contra mi.

 Llegado a este punto, intentando ver toda esta situación desde fuera, me pregunto si de verdad alguna de esas personas que defienden una lucha inventada por unos pocos para ser consensuada por muchos, se ha parado a escuchar en silencio lo que aquellos a los que procesa tanto odio, tienen que decir. No hablo sobre sus ideales políticos, sino más bien se trata de focalizar en la persona e intentar indagar más allá de lo que les hace distintos. Supongo que eso es un proceso que requiere poner a funcionar esa maquina que tenemos en la cabeza, llamada cerebro; y eso por descontado, cuesta. Estamos acostumbrados a que nos den todo hecho, y tenemos medios de comunicación que nos sirven mascadito lo que queremos escuchar. La verdad que esto es como llegar a casa a mesa puesta, lo único que debemos hacer es dejarnos llevar por la presión social y sentarnos a comer.

 Cuando observo mi alrededor y contemplo a familias divididas, miro al gentío separado en grupos en función de fines que ni ellos comprenden en profundidad, me echo las manos a la cabeza. La desinformación es abismal, el asumir una idea como propia sin confirmar las fuentes por el simple hecho de pensar lo contrario a tu enemigo, es una bomba de relojería a punto de explotar. Nadie se cuestiona el por qué de las cosas, si realmente es tan importante lo que nos divide para evitar que avancemos juntos hacia el progreso. Por supuesto soy consciente de que cada uno tiene una moralidad, proveniente del lugar en el que ha nacido, se comporta de una manera concreta en función de las experiencias vividas, y actúa de la forma que considera más adecuada; sin embargo, vivimos en sociedad, con unos problemas comunes que necesitan la aportación de la colectividad para ser solucionados. Con todo esto no quiero vender que podemos romper barreras fácilmente y hallar la panacea de un acuerdo global sin disidentes, pero sí os digo que muchos de los conflictos que hemos tenido, estamos teniendo y tendremos, se resuelven conversando y reconociendo que ambas partes tienen algo de razón.

viernes, 8 de marzo de 2019

Neofemi...¿qué?


 Quizás no debería dar mi opinión al respecto, pero en este mundo globalizado, donde la ignorancia brilla como una cualidad inherente, me veo en la obligación de alzar mi voz entre los gritos de quienes quieren poner en mi boca palabras que no he dicho, exigirme que comulgue con ideas que no comparto, y apoye actos que me parecen despreciables.

 Llegados a este punto, mirando la situación de frente, me pregunto el propósito de trazar líneas, de dividir y separar, de construir barreras y difundir mitos que acaben por transformar las generaciones presentes y futuras hasta distorsionar por completo el concepto tan bello de la palabra feminismo.

 Parece que en la sociedad actual, para alcanzar la igualdad hay que crear desigualdad en el sexo contrario, victimizar al género femenino, y producir odio entre dos colectivos que alguien ha decidido ordenar en casillas distintas con el objetivo de simplificar una idea macabra . Porque ya no importa, dejó hace mucho tiempo de ser relevante lo que cada persona, como individuo único y pensante, realizara; sin embargo, ahora por el hecho de ser un hombre heterosexual, se te cataloga con una etiqueta concreta; y es que hemos pasado de ser Juan el chico del quinto y Ana la panadera, al machista de turno y la feminazi de mierda. Ya no somos personas, sino carteles andantes de propaganda política, usados al antojo de quienes, en función del total de votos que necesiten para permanecer unos años más calentando la silla, nos mueven de un lado para otro en su beneficio personal. Lo peor de todo es que no nos damos cuenta, o no queremos verlo. El feminismo se ha desvirtuado por completo, siendo el residuo de lo que se pretendía inicialmente. Y aquí es donde me cuestiono por qué no se tiene en cuenta lo que millones de mujeres, de generaciones pasadas, hicieron para cambiar su situación precaria, trasladando los avances conseguidos hasta nuestros días. Es una lástima todo cuanto sufrieron para que al final la idea de la igualdad se transforme en guerra, que acabemos cediendo a la debilidad, exteriorizada mediante la búsqueda de la revancha historia, y pasemos de ser maltratadas a maltratadoras, cediendo a la presión, sin ser lo suficientemente inteligentes para abandonar el camino que los hombres, verdaderamente opresores, escogieron para someternos. Porque por mucho que duela, el hecho de que un colectivo haya sufrido discriminación, no le faculta para hacer lo mismo, la violencia nunca está justificada, y ni mucho menos contra un sexo concreto.

 Todos estos comportamientos radicales provenientes del odio, hacen un flaco favor a la lucha por la igualdad, por el feminismo, dando lugar a un retroceso de los pasos dados, ocasionado un terremoto que suscite el desequilibrio de la balanza que parecía comenzar a estabilizarse al fin.

 Personalmente, me siento manejada por una u otra parte de la sociedad para fomentar un conflicto que no deseo y consensuar un comportamiento que no me define. Me quiero libre, al igual que anhelo lo mismo para todos y cada uno de los seres de la comunidad. Yo no lucho bajo ningún signo, reivindico el equilibrio entre todos independientemente de que seamos hombres o mujeres; y es que si tuviera que elegir bando, escogería el de las personas.

domingo, 13 de enero de 2019

Perfecta imperfección


 La certeza no existe si se trata de hablar de uno mismo. Cuando crees que tus problemas han desaparecido, que las flaquezas se han reducido a la nada, y en lo más profundo de tu ser  meran las cenizas de aquella explosión que acabó por tambalear tus cimientos; aparece el viento, irrumpiendo con calma, y descubres que el fuego que te consumió aún sigue vivo dentro de ti. Lo peor de todo, es que te das cuenta que no se necesita un temporal para que vuelva a aparecer, basta con el ligero soplar de la brisa en un día un poco nublado.

 En otras circunstancias podrías plantearte si realmente acabas de retroceder, o simplemente te hallabas en una posición que desconocías; en realidad da igual, sufres porque te falta algo, o porque lo que tienes no es lo que esperabas poseer. Independientemente del motivo real que te ha llevado a sucumbir a tu propio desastre, ahí estás, de cara contra lo que te imposibilita seguir recorriendo el futuro: tú mismo. 


 Y te preguntas qué puedes hacer, pero tu versión no te contesta, únicamente apoya su mano contra tu pecho y te impide avanzar. Lo normal en estos casos sería empujarle, levantar el puño y asestarle golpes en todas aquellas zonas que sabes que le dolerán, pero por mucho que realices ese hecho, no se mueve, permanece inanimado, y es ahí cuando caes en la cuenta de que la guerra la tienes perdida si deseas usar la violencia contra algo que está roto.


 Yo, personalmente, me he arrodillado muchas veces, he mirado al monstruo desde abajo, y le he escuchado decir que debía rendirme para no sufrir. En otras circunstancias me avergonzaría reconocer que he cedido a sus exigencias más veces de las que me gustaría admitir, pero después de bajar la cabeza y dejar que me cubriera para que el exterior no me dañara, he notado como el inconformismo crecía y la curiosidad aumentaba por momentos. Es un regalo captar como tu fuero interno vibra y te grita que no está cómodo, que requiere mutar. Me he asustado, le he intentado callar volviéndome momentáneamente sorda, pero al final no puedes obviar que existe y que tiene sus propias necesidades.


 Salir de tu zona de confort es un viaje emocionante, pero también puede suponer un martirio, depende de quién seas y en quién te quieras convertir, ya que cuando cruzas la línea, pierdes aspectos relevantes, pero a su vez ganas otros mucho más importantes . Es ahí donde reside la magia del cambio, en encontrar, en hallarte a ti mismo tanto a través de tus aspiraciones, como de las personas que conoces por el camino; sin contar, con que de pronto, te levantas, miras a tu igual a los ojos y descubres que no es más que una versión temerosa e infantil de ti. Le ves temblando, reconoces su miedo —porque en algún momento de tu vida lo has sentido— y experimentas compasión por ese yo menor que lo único que necesita es que le abracen y le digan que todo irá bien y que no debe temer a lo que está por venir, ya que tu le protegerás de las inclemencias. Llora y le consuelas, le besas y decides cogerle las manos y estrecharlas entre las tuyas, le agradeces el tiempo que ha empleado para asegurar tu bienestar, y por último, le pides que te acompañe, que te siga para que pueda observar las maravillas que os esperan.


 Y es entonces cuando el cielo varía de tonalidad y las nubes se van retirando poco a poco. No os voy a vender que todo se transforma como si de una cura milagrosa se tratase, no creo en las soluciones instantáneas, todo proceso requiere tiempo, y éste  en concreto, solicita de  una vida; sin embargo, sí que puedo afirmar que tu mundo adquiere un color distinto, ya que la clave de la felicidad reside en aceptarse y amar la perfección de tus imperfecciones.