lunes, 25 de marzo de 2019

Dime a quien votas y te diré como me caes


 El odio existe, recorre las calles, invade nuestros sueños y por desgracia es el motor que mueve a miles —e incluso millones— de personas. Puede sonar poético, pero es cierto, y eso como mínimo, debería asustarnos; ya no hablo de preocuparnos, que está claro que esa opción está descartada. Tampoco hay que irse muy lejos para hallarlo, basta con salir al exterior, y más en plena campaña electoral, para verlo pintado sobre edificios, colgado de carteles propagandísticos, o simplemente en el rostro de cualquiera con el que nos crucemos. En realidad todo esto debería entristecernos, nos hemos convertido en el reflejo de una forma simplista de catalogación, que nos reduce a lo absurdo para hacernos mutar de individuos, con ideas diversas, a seres blancos o negros que abrazan pensamientos comunes con los que ni siquiera comulgaríamos en circunstancias normales.

 Aquí entramos ya en los famosos términos de la izquierda y la derecha, fieles representantes de toda la población, fervientes conocedores de los deseos de todos los españoles y los que no lo son; porque por supuesto, tienes que pertenecer a un bando, aquí el centro no existe, y si se te ocurre pensar contrario a alguno de los postulados que determinan las dos facciones, eres un traidor. Básicamente podemos abreviarlo en: o estás conmigo o contra mi.

 Llegado a este punto, intentando ver toda esta situación desde fuera, me pregunto si de verdad alguna de esas personas que defienden una lucha inventada por unos pocos para ser consensuada por muchos, se ha parado a escuchar en silencio lo que aquellos a los que procesa tanto odio, tienen que decir. No hablo sobre sus ideales políticos, sino más bien se trata de focalizar en la persona e intentar indagar más allá de lo que les hace distintos. Supongo que eso es un proceso que requiere poner a funcionar esa maquina que tenemos en la cabeza, llamada cerebro; y eso por descontado, cuesta. Estamos acostumbrados a que nos den todo hecho, y tenemos medios de comunicación que nos sirven mascadito lo que queremos escuchar. La verdad que esto es como llegar a casa a mesa puesta, lo único que debemos hacer es dejarnos llevar por la presión social y sentarnos a comer.

 Cuando observo mi alrededor y contemplo a familias divididas, miro al gentío separado en grupos en función de fines que ni ellos comprenden en profundidad, me echo las manos a la cabeza. La desinformación es abismal, el asumir una idea como propia sin confirmar las fuentes por el simple hecho de pensar lo contrario a tu enemigo, es una bomba de relojería a punto de explotar. Nadie se cuestiona el por qué de las cosas, si realmente es tan importante lo que nos divide para evitar que avancemos juntos hacia el progreso. Por supuesto soy consciente de que cada uno tiene una moralidad, proveniente del lugar en el que ha nacido, se comporta de una manera concreta en función de las experiencias vividas, y actúa de la forma que considera más adecuada; sin embargo, vivimos en sociedad, con unos problemas comunes que necesitan la aportación de la colectividad para ser solucionados. Con todo esto no quiero vender que podemos romper barreras fácilmente y hallar la panacea de un acuerdo global sin disidentes, pero sí os digo que muchos de los conflictos que hemos tenido, estamos teniendo y tendremos, se resuelven conversando y reconociendo que ambas partes tienen algo de razón.

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