lunes, 15 de abril de 2019

Armados con palabras


 Reflexionar es un verbo muy infravalorado en nuestra sociedad actual. No hay más que darse un paseo por las redes sociales para ser consciente de ello. Internet está plagado de comentarios nacidos del calor del momento, capaces de avivar hasta a la persona más apacible. Allí, detrás de la casi infranqueable protección de la pantalla, se despotrica, y después una vez hecho, surge el planteamiento de si realmente era adecuado o no dicho comentario; y si por consiguiente, podría herir a alguien. Lo curioso y a la vez preocupante, es que de los miles de millones de usuarios que navegan, un porcentaje casi ínfimo, se cuestiona si de verdad era necesario dicha opinión perniciosa sobre algo que posiblemente ni siquiera ocupe un espacio relevante en su vida diaria.

 Cogiendo de esa parte que obvia por completo cómo pueden sentirse otras personas al leer acerca de sus apreciaciones, podemos desgajar a aquellos que creen tener la razón absoluta sobre un tema  —generalmente de mucha controversia—, por el simple hecho de informarse leyendo en periódicos, libros de autores de su misma cuerda, o medios politizados al máximo donde únicamente se reflejan sus ideales. Estos individuos se presentan como poseedores de la veracidad, con la misión exclusiva de instruir a la colectividad como si tuvieran en su poder la llave que abre la caja de Pandora, y entendieran de antemano los males que aquejan a la sociedad. Por supuesto, a esa gente no puedes manifestarle una crítica, ellos tiene la potestad exclusiva, y vituperar solo será delegado en quienes comulguen con su forma de discurrir.

 Este tipo de conductas son extremadamente peligrosas, y más porque la radicalización se extiende como una plaga que arrasa cosechas. De pronto, nos encontramos con ignorantes que se creen cultos, o instruidos que se piensan inteligentes; y nos vemos cayendo hacia el caos de los términos sin comprender y la confusión vestida de certeza, donde nadie sabe si pensar diferente es un crimen o está permitido. Por ende, acabamos metidos dentro de una burbuja forrada con panfletos publicitarios que alimentan nuestros instintos más bajos, y nos hacen dar la espalda a la razón. El resultado final y más impactante, es que pecamos de seguir a modelos que carecen de las aptitudes necesarias para otorgar al conjunto los medios que permitan la cohesión de la comunidad, provocando que nos hallamos perdidos entre lo que es y lo que debería, y acabemos usando nuestras opiniones como cuchillos contra quienes no ven el mundo como nosotros; y todo porque cortar es más fácil que coser. Nos han enseñado a no usar la cabeza, a no preguntarnos y a asumir que todo lo que escuchamos, por el simple hecho de que suene bien, tiene que ser cierto. Hemos abandonado la curiosidad  y con ella el respeto. Al final, la sociedad ha preferido esforzarse en que otros piensen que sabemos, a conocer realmente la verdad.

 Parece que a medida que el tiempo avanza, nosotros involucionamos; en vez de estar más próximos hacia el progreso, nos separamos, y ya sobran excusas para levantar muros y mandar a la mierda al de al lado. Anteponemos los deseos individuales a la generalidad, reduciendo su significado a algo mísero, no queriendo darnos cuenta, que de la diversidad de juicio surge la elección correcta, tras un consenso maduro.

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